Qué bonica labradora, matadora

Tópico

Dulcinea

Obra

El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha (1615) (1615)

Compositor

VÁSQUEZ, Juan (ca 1500 - ca 1572)

Juan Vásquez, Recopilación de Sonetos y Villancicos a quatro y a cinco, Sevilla, Juan Gutiérrez, 1560.
     En la representación que Sancho hace a don Quijote de su amada escuchamos lo siguiente:
 
–¡Oh canalla! –gritó a esta sazón Sancho– ¡Oh encantadores aciagos y malintencionados, y quién os viera a todos ensartados por las agallas, como sardinas en lercha! Mucho sabéis, mucho podéis y mucho más hacéis. Bastaros debiera, bellacos, haber mudado las perlas de los ojos de mi señora en agallas alcornoqueñas, y sus cabellos de oro purísimo en cerdas de cola de buey bermejo, y, finalmente, todas sus faciones de buenas en malas, sin que le tocárades en el olor; que por él siquiera sacáramos lo que estaba encubierto debajo de aquella fea corteza; aunque, para decir verdad, nunca yo vi su fealdad, sino su hermosura, a la cual subía de punto y quilates un lunar que tenía sobre el labio derecho, a manera de bigote, con siete o ocho cabellos rubios como hebras de oro y largos de más de un palmo.
– A ese lunar –dijo don Quijote– según la correspondencia que tienen entre sí los del rostro con los del cuerpo, ha de tener otro Dulcinea en la tabla del muslo que corresponde al lado donde tiene el del rostro, pero muy luengos para lunares son pelos de la grandeza que has significado.
–Pues yo sé decir a vuestra merced –respondió Sancho– que le parecían allí como nacidos.
–Yo lo creo, amigo –replicó don Quijote–, porque ninguna cosa puso la naturaleza en Dulcinea que no fuese perfecta y bien acabada; y así, si tuviera cien lunares como el que dices, en ella no fueran lunares, sino lunas y estrellas resplandecientes.
[Don Quijote, II, X]
 
      Cervantes hace aquí gala, no sólo de sus conocimientos sobre fisionomía extendidos en el XVI, según los cuales las manchas y lunares de la piel se correspondían unos con otros, sino que se sirve de estas creencias para degradar la imagen de la amada y contraponer así la mirada de Sancho a la fantasía del caballero. Algunos tratados, como el de Jerónimo de Cortés (Libro de la phisonomía natural y varios secretos de naturaleza, 1598), a?rmaban que las pecas o lunares que se hallaban en los labios o boca, no correspondían a “la tabla del muslo”, tal y como indica nuestro héroe, sino que, antes bien, estaban relacionadas con aquellas otras partes del cuerpo que comprometen el pudor.
    
      Sea como fuere, es significativo que en la descripción que de Dulcinea hace Sancho puedan rastrearse dos canciones populares que pasaron a la escritura musical de la mano de Juan Vásquez. La primera de ellas hace referencia a los ojos de los que se burla el escudero: “Lindos ojos avéys, señora / de los que se usavan agora” (Recopilación de sonetos…, 1550), atributos que otras letrillas populares proclamaban (“En todo sois bonica, / y en los ojos mucho más; / ¡ay, ay, que me matáis!”). La segunda de ellas –aquí recogida– hace referencia al “lunar en su mexilla” y es sin duda la elaboración polifónica de un cantar popular. La descripción, pues, del escudero, tiene también sus fuentes y cuenta con el conocimiento de ellas para provocar, a través de la exageración, la risa.

     “Qué bonica labradora, / matadora” está escrito a cuatro voces, sobre una melodía popular silábica de escasa amplitud –apenas una quinta (mi, sol, fa, fa, mi, mi, re, re, mi, do, re, do). Sobre este sencillo material, Vásquez elabora un tejido contrapuntístico muy rico, donde todas las voces se imitan, creando así con frescura una animada representación del espíritu popular que dio origen a esta letra.
Don Quijote, II; X